10 febrero 2012

ARTICULOS VIEJUNOS 2: Un pasodoble de aviones

Un pasodoble de aviones


A veces pienso en cómo empezaría a escribir un pasodoble antimilitarista un autor (autoras las hay, pero aún pocas) de una comparsa honesta, sin purpurina ni entelequias conceptistas gaditanas, sin dramatizados golpes de pecho. Esta sería ya una forma de empezarlo: pensar en cómo empezar. Y así hasta el trío, donde hay que ir rematando el tema y vocalizando bien la poesía.
Todo esto viene con motivo del tratamiento escrito de temática local al que me dispongo. Algunos tachan estas industrias de costumbrismo o de opinión sobre asuntos menores. Doxólogos, opinadores y gente-muy-lista-que-sabe-de-tó en la ciudad hay hasta debajo de los nuevos depósitos para recoger el aceite; y muchos más escribiendo en la prensa. Lo que intento es ponerme en el lugar del autor carnavalesco para aportar algo a ese debate ciudadano que durante algunos días se escuchará en las colas del supermercado, comprando pescao o en el lavapiés de la caleta. Hay quien piensa que en una ciudad pequeña en temas de interés general, como la dimisión-destitución-jubilación de un representante político, recorre de norte a sur el istmo (que depende de si lo llaman de nuevo, si hay subvención, si mi primo seguirá) en base a las consecuencias que pueda tener de forma directa en sus vidas.
Y lo que venía a hacer era escribir un pasodoble sobre el porculo que dan los aviones al final del verano. Las respuestas: derivarán en esa opinión tajante que defiende la tele local y los editorialistas de “estos no están contentos con nada”. Y son capaces de aprovechar la coyá y sacarse del portátil un articulito carpetovetónico para recordar viejas pleitesías y disfrutar un rato dándole caña al personal, que uno también es un cachondo. Un pasodoble sobre el dineral que se va a gastar una empresa pública en la restauración de un sarcófago seguro que da más juego por aquello de que la cofradía en cuestión como que da yuyu, mu bonita, pero qué yuyu. También este tema podría dar juego. “Lo que le está costando a la humanidad no solo asumir el adagio de dios a muerto sino toda la parafernalia mortuoria de su hijo”. Pero ahí chocamos con eso que catalogan de las creencias personales de cada uno y su mofa pública en base a sólidos pensamientos laicos. Eso: no está bonito.
Los aviones en la playa, surcando un cielo de pájaros, palomas y gaviotas asustadas, son una metáfora de lo que el armamento de verdad puede hacer. Las maniobras, giros inverosímiles, caídas en picado y demás piruetas de los profesionales de la patria son demostraciones dulcificadas de lo que un bicho de esos pudo/puede hacer en Faluya, en Afganistán, o en Medina Sidonia si se proclama el cantón independiente, cuando entra en combate (aunque últimamente sea un eufemismo de genocidios por petróleo para el primer mundo). El espectáculo dulcificado, afirman, está programado para esas enormes masas que dicen que llenan los bolsillos de los hosteleros; éstos a su vez se consideran, por los mismos programadores, como categoría al completo de “gaditanos”.
Epítome de la guerra, metonimia de la muerte, el espectáculo de los militares esconde una concepción del mundo que admira con total tranquilidad los tirabuzones de un aparato que podría haber aniquilado a cientos de civiles con apretar un botón. Al igual que se admiran la sucesión de sucesos que hacen callo en la retina. Representan la confianza en un ejército de maniobras y saluditos de machote español, de encuentro sociales de la plebe, bajo la hombría de un speaker y sus descripciones, con la noble y turbulenta institución a la que se acercan los desesperados para tener un sueldo fijo, a la que acuden los inmigrantes para mejorar su situación en el país. En fin, ya se prepara el contraalto: un gasto excesivo, no sólo de combustible de ruido ensordecedor, de molestia. Quizá es para que nos vayamos preparando para el futuro. Cuando ya no puedan con nosotros por las buenas y vengan a por todas con las armas de la democracia. ¡CAI!

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